Gritos, sí. Provocaciones, algunas, pero no tanto como para llegar a las “piñas”. Alegría, un montón. Disturbios, ninguno. Bocinazos y comidas de uñas de los conductores, por supuesto.
Ayer fue el debut de las nuevas normas que rigen para realizar las caravanas estudiantiles y la fiesta se vivió en paz. La prueba era severa: dos colegios técnicos, ambos de varones solos, uno privado y otro universitario, salieron a la calle a promocionar sus semanas.
Los más obedientes fueron los alumnos del Lorenzo Massa que, con puntualidad, comenzaron a concentrarse a las 13.30. En vez de pirotecnia -uno de los condimentos ahora prohibidos-, los salesianos usaron el ingenio: una carroza portaba un muñeco que tiraba humo por la boca, pero no hubo bombas de estruendo. Sí bengalas azules, el color que los identifica.
Los chicos del Massa se zambulleron en la 25 de Mayo a las 13.45, acompañados por 30 padres y el equipo directivo completo. También había docentes, entre ellos la profesora Diana Vallejo; ella era la encargada de recoger los papeles que tiraban los chicos, para respetar otra de las cláusulas del acuerdo sobre las caravanas.
Los cánticos un tanto ofensivos llegaron cuando los salesianos pasaron frente al Gymnasium. Los universitarios no respondieron, solamente se apostaron en la puerta de su escuela. La policía custodiaba las esquinas, pero algunos conductores, como Natalia García Saleme, se quejaron de que no se hubiera cortado debidamente la calle ni organizado el tránsito.
Los alumnos del Massa hicieron paradas en las esquinas elegidas por los secundarios los días viernes: Santiago y San Juan. Los conductores que venían detrás de la caravana se comían las uñas de los nervios, pero no hubo reacciones violentas.
A las 14.35 los salesianos llegaron a la plaza Independencia y cinco minutos después apareció la columna del Instituto Técnico. Llegaron con varios autos y un vistoso ómnibus sin techo. Las miradas, tensas, estuvieron puestas en esta “colisión” de caravanas que se encontraron en el corazón de la ciudad. Pero, lo hayan querido o no, no se cruzaron: los alumnos del Massa comenzaron a dar la vuelta al paseo público y desaparecieron por calle Laprida cuando el Técnico, después de la tradicional “chumbeada”, hizo lo propio. El tránsito ya no estaba cortado para ellos y los autos circulaban detrás de la caravana a paso de anciano.
A las 15, la siesta se había posado en la capital tucumana. Volvió la calma y desaparecieron los bocinazos. El primer examen de las “nuevas” caravanas fue aprobado.